
“La mayor ruptura en la historia de la escultura
del siglo XX es la supresión del pedestal”
Richard Serra
Híbrido parece ser el adjetivo que más conviene a la obra de Eder Castillo, René Hayashi y David Enriquez y Biosfera es la más reciente estación en el tránsito que estos artistas han realizado a través de aquel concepto.
El citado proyecto ha sido definido por los propios autores como una escultura-arquitectónica y, en este sentido, el diálogo con la obra de Serra, Cristo o Schiwitters se torna sumamente fecundo, pues la intervención a espacios públicos transitables –ya sea a pie, ya con la mirada- funciona como una interpelación directa no sólo a las instituciones –el museo, en primer lugar- sino también a los preconceptos –confirmados cotidianamente- de ciudad-paisaje-hogar. Antes ellos y ahora Castillo, Hayasi y Enriquez trastocan las imágenes identitarias de los ciudadanos alterando –ora sutil, ora violentamente- los escenarios donde transcurren sus vidas.
Al lado de esta filiación con el Arte Procesual –por la incorporación del tiempo como variable constructiva- convive el guiño al Arte Povera – por la concepción antropológica del gesto creativo y la utilización de materiales no estables (frente a los cangrejos y plantas de Biosfera es imposible no recordar las legumbres y el papagayo de Jannis Kounellis [Sin Título, 1967]).
El itinerario seguido por Enriquez, Hayashi y Castillo ha estado marcado por la experimentación en torno a territorios fronterizos que, transitados por series de variaciones, devienen en una indefinición que termina por reflejar los estilos de vida emergentes. Factor común en las paradas de este recorrido es el cuestionamiento al género tradicional de la escultura, cuyo motor es la reflexión en torno al antagonismo cultura-natura.
En este sentido la hilarante Jardín (2004) “resuelve” la tensión entre el mundo natural y sus réplicas tecnológicas por medio de la ironía: un híbrido tamagochi-planta pone en acción contradicciones conceptuales gracias a su propia configuración artificial que conduce sin escalas al puerto de lo absurdo. En una dirección similar se plantea Perro de Museo (2007), juguetona intervención al espacio museístico en la que un perruno almirante ancla también en el absurdo, esta vez evidenciado por la complicidad entre el espectador-tripulante y el can.
A medio camino entre esta dos piezas y Biosfera se encuentra Guatemex (2006) donde los artistas injertaron una isla en un terreno normalmente concebido como puente, la subversión de las funciones del espacio fronterizo México-Guatemala revela una paradoja: mientras que en el puente la comunicación es imposibilitada por el contexto migratorio, en la isla el aislamiento es momentaneamente interrumpido.
En Biosfera, terminal provisional del viaje, divisamos una estructura-frontera que fija aspectos que pasarían desapercibidos en la cotidianidad si no se les aislara, así ofrece nuevas lecturas, necesariamente en forma de símiles, sobre las ciudades y los ecosistemas, los objetos biológicos y los industriales, y -last but not least- entre arte, vida y ciencia.
Los artistas construyen una ficción cuyas vías, en principio paralelas: identidad y frontera se ven alteradas por su inserción en un behavioral space. En el aparentemente controlado y aséptico laboratorio de Biosfera se desarrollan posibilidades determinadas, en buena medida, por la entropía. Esta incorporación del tiempo como condición de desenvolvimiento espacial, al lado de tecnologías eugenésicas tiende a retratar desarrollos de la experiencia cotidiana tal como se vive en ese específico contexto Ciudad Juárez-El Paso, pues el pretendido control tecnológico sobre los desplazamientos y comportamientos no ha pasado de ser un experimiento malogrado y caro. Biosfera se yergue como un espejo a escala, y , si los componentes sobreviven, devendría en la creación de “una especie híbrida posible”, metáfora de los miles de personas que todos los días cruzan la frontera para trabajar, quienes en este proceso deben de desplegar todas sus capacidades de adaptación. El ecosistema-escultura pone en juego objetos que deben ser interpretados literalmente, y al mismo tiempo, simbólicamente. El énfasis en Biosfera como elemento de insidencia social queda manifiesto si tomamos en cuenta que las interacciones animal-concha-planta estarán monitoreadas por un Big Brother televisivo y cibernético en ambos lados de la línea fronteriza, puesto que la pieza se sustenta en un tránsito híbrido biológico-antropológico, cuyo puerto imaginado es la alteración de las definiciones identitarias.
Eder Castillo, René Hayashi y David Enriquez problematizan la misma identidad de la obra de arte, y concluyen, aunque sea provisionalmente, que la obra es el lugar donde acontece algo y para ellos ese algo nos implica y nos urge como agentes de cambio. ¿Acaso estaremos frente a una nueva utopía darwinista?
Biosfera, texto de exposición. Sala de Arte Público Siqueiros (2007).
No hay comentarios:
Publicar un comentario