miércoles, 6 de enero de 2010

Discrepancias



in memoriam Paola Vianello

Fruto de una investigación de más de cuatro años –que reunió aun pequeño ejército de investigadores, curadores, restauradores y artistas– es la recientemente inaugurada: La Era de las Discrepancias. Arte y Cultura Visual en México. 1968-1997. Se agradece –y mucho– una investigación con estos componentes: exposición panorámica, libro-catálogo y un voluminoso archivo (que estará disponible en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM), pues el periódo que abarca es todavía una asignatura pendiente en la historia del arte mexicano.
La exposición restituye, rescata de la sombra, rematerializa –figurativa y literalmente: por medio de la reconstrucción de importantes obras efímeras de la década de los 70– y tensa un hilo conductor alrededor las narrativas fragmentarias del arte reciente, hilvanando –en entramados temáticos– un discurso visual-textual de lo que hasta ahora era predominantemente historia oral –la principal fuente fueron los testimonios de los protagonistas de la escena artística–. Indefectiblemente, en el paso de la oralidad a la escritura siempre se pierde algo –mucho–; empero, la muestra sale bastante bien librada pues, dentro de su marco conceptual, presenta la diversidad de voces y narrativas –muchas veces contradictorias o paradójicas¬– y reproduce el ambiente de discenso que caracterizó a esa "era". No es una exposición didáctica, ni estrictamente histórica, más bien es crítica –en el sentido de explicar y deslindar– y cumple con dos objetivos principales: por un lado, propone una narración coherente –y no necesariamente diacrónica– sobre una multiplicidad de movimientos y prácticas artísticas que fueron sistemáticamente desdeñadas o –en el peor de los casos– ignoradas por las instituciones del estado, es decir, prácticas efectivamente discrepantes que el discurso oficial no supo o no quiso o no pudo asimilar, ni en su momento, ni aún hoy –de la misma manera que no supo organizar el rescate y reconstrucción en 1985, que no ha podido dar cuenta de las desapariciones del 68 y de los 70, que no ha querido responder a las demandas que impulsaron el levantamiento de 1994–; por otro lado indaga y reflexiona en el sentido de identificar las genealogías desplegando una cartografía que fija algunos puntos de referencia, pero al margen de la imposición taxonómica; estas coordenadas transitorias pueden orientarnos no sólo en la época abarcada en la exhibición, sino también en la diversidad –casi verborréica– del arte actual, en este sentido, es una cachetada con guante azul-y-oro para un nutrido grupo de artistas contemporáneos que se jactan de no ser parte de la tradición ¿una generación de artistas de probeta?

Femeninamente masculino
Así solía firmar su escritos Adolfo Patiño –dandy kitsch y heterosexual irredimible– y así ponía su cuerpo en escena en numerosas piezas, por ejemplo travistiéndose, retratándose y publicándose como Frida Kahlo: acciones que son símbolo y síntoma del malestar e incorformidad frente a las convenciones falocéntricas imperantes que ceden, como un pene disfuncional, ante las sacudidas de la pandemia del SIDA y del temblor del 85. En los 80 se hizo clara la urgencia de articular nuevas unidades de sentido en torno a la identidad –histórica, social y sexual– la cual se configuró a través de una multitud de voces disidentes que desde la emergencia del feminismo y de la subcultura gay –recordemos que la primer marcha del Orgullo Gay se realizó en 1978– clamaban por una redefinción de la opresiva heterosexualidad masculina; estas otredades construyeron sus discursos ya no en torno al cuerpo, sino sobre y dentro del cuerpo mismo; asumiéronlo como portador de significados políticos, e inscribiendo en este la subversión de la mirada masculina, las prácticas artísticas configuran una respuesta ante la represión y la imposición ejercida sobre el cuerpo individual y social.
Es en este momento cuando la erección de alteridades interpela directamente a la noción de identidad nacional: ante la eyaculación precoz institucional, los artistas prescriben como fármacos a la diferencia y a la introspección públicas que cuestionan, desde territorios otrora "privados" , los discursos de ejercicio, legitimación y administración del poder.
En este tenor se desarrolla la sexta unidad temática titulada "La Identidad como Utopía", donde, ya por medio de la parodia lúdica (Lourdes Grobet: "Striptease"), ya por la resignificación de las imágenes de lo femenino (Carla Rippey: "La Vidente", Gustavo Prado: "Aurora Boreal"), ya por la actualización de la metáfora cuerpo-paisaje (Eugenia Vargas: "Mural Rojo"), ya por la inversión de valores o de los roles masculino-femenino (Carlos Arias: "Jornadas", Adolfo Patiño: "Auotorretrato en vida y muerte"), ya por el homoerotismo transfigurado en veta de reconocimiento social (Armando Cristeto: "El Condón"), ya por la subversión de las convenciones del desnudo femenino (Laura Gonzalez: "Diario del cuerpo") ya por la enunciación de mitologías personales a través de la autoexposición sexual (Nahum Zenil: "Homicida", Julio Galán: "Tehuana en el Itsmo de Tehuantepec"), van tomando cuerpo las versiones alternativas de nación.
La Era de la Discrepacia es, sin duda, el esfuerzo sistemático más significativo hasta hoy por hacer cuentas con un pasado reciente altamente complicado y todavía traumático. La UNAM refrenda así su lugar como espacio de pluralidad y crítica, donde convergen las voces que increpan al autoritarismo y la desmemoria.

La Era de la Discrepancia. Arte y cultura visual en México. 1968-1997. MUCA Campus, hasta septiembre.

Libido, mayo-junio 2007

No hay comentarios: