miércoles, 6 de enero de 2010

Una máquina de olvido


Sed antiquus amor cancer est
Petronio

Alejandro Navarrete (México, 1976) ha sido un imaginador de intereses múltiples desde sus años escolares: de niño quería ser abogado (quizá porque pensaba que litigar significa argumentar), aunque también pensó en estudiar biología para ser un coleccionista profesional de rarezas: entomólogo; después, en la prepa, pensó en ser médico para insidir con su bisturí en lo más profundo de la gente, luego, diseñador gráfico, dibujante de comics, cantante de ópera, de ahí se enfiló a la carrera de Artes Visuales en la ENAP, este ambiente tan poco edificante le sirvió para ampliar sus confusiones: saltó de la pintura a la fotografía, a la gráfica, a la crítica, a la investigación; después de este largo periplo (que incluye una parada en la Academia de San Carlos) nuestro imagógrafo ha reecontrado Ítaca: la tierra de los orígenes está signada por la fotografía (fato patrilineal) y la escritura (elección matrilineal). Alejandro, como le sucede a muchos personajes de fábula, tuvo que irse muy lejos para encontrarse a sí mismo, hoy, por fin, presenta la pieza que pone fin a su diletante itinerancia.
No es casual que su obra reciente provenga de la inmersión en los canales de una tranquila y aburrida ciudad de provincias (casi un nuevo Jordán en el imaginario de nuestro autor), pues, ante la tumultuosa frustración creativa y emocional que para él representa la Ciudad de México, tuvo que inventarse un “topos utópico”: un terreno donde es posible cumplimentar la promesa. Así pues, Utrecht resultó ser el sitio elegido al echar los dados sobre un mapamundi. Hasta allá se lanzó Alejandro con el objetivo de colonizar los páramos del silencio, con la esperanza de conjurar el desamor...
Aún sabedor de que hoy casi cualquier cosa puede acceder al status de arte, tan sólo con insertarse en circuitos artísticos –a muchos de los cuales, últimamente, no se les exige ni prestigio ni potencia discursiva-, Navarrete le apuesta al arte público para crear su propio contenedor artístico trasladando las huellas de nuestra gran ciudad a la pequeña y apacible Utrecht y lo hace con una intensión premeditadamente política: como una subversión meditada de la convención arriba anotada, el autor aspira a transformar estos “no lugares” en topografías de intercambio significativo, para esto densifica el contenido por medio de la palabra visual, aparentemente anómala y fuera-de-lugar, que amarra –como el desdichado Jerjes- al indómito mar.
When we have each other we have everything (2007) reúne no solamente años de experiencia afectiva e investigación creativa, también echa a andar una máquina del espacio que aspira a correr sobre las aguas (quizá también es máquina del tiempo: una bicicleta es un objeto ya extraño en estos días de smog y esteroides).
La elección de la bici proviene directamente de la experiencia del naufragio –naufragio amoroso- y del consecuente desarraigo: Alejandro es extranjero de sí mismo y la palabra materializada es el único ariete posible para luchar con su autoextrañamiento, su palabra es, irremediablemente, soliloquio pues el otro, el único, el amado calla.
Ante tal crisis vital, a nuestro artífice sólo le queda asirse a los pecios de la ilusión ¿hay algo más absurdo que construir una bicicleta para cruzar el océano?
Si, como dijo Roland Barthes, “el discurso amoroso es hoy de una extrema soledad”, entonces es perfectamente consecuente que Navarrete haya escogido un status de “alien” para concentrarse obsesiva y monotemáticamente en inventar un discurso extraño y disfuncional: como quien lanza un mensaje en una botella, el artista construye un espejo lacrimoso, anómalo y empañado de la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo. La Dialéctica del amante y el amado es una revancha contra lo real, desquite contra la frustración, un aullido en la caverna.... El grito aparece como índice: por una parte, como señalética asfaltosa que nos guía hacia aquél topos; por el otro, como una página arrancada en un libro entrañable (¿una bitácora signada con llanto?) que aparece como cicatríz. Ambas, para no volver a ver sus palabras, para quitarle sustancia indicial al objeto, para “olvidar” (sí, cara de Jano, oxímoron).
Nuestro fotógrafo-escritor encuentra la mayor potencia de su momentum (movimiento, influencia, importancia) en, por un lado, el monótono y alienante trabajo del obrero y, por el otro, en la obsesión patológica y gozosa del trabajo del amante, de este modo resuelve su impulso vital en una colección de memorias fotográficas y evanescencias lingüísticas.
Nuestro imaginador ha tendido un puente transoceánico entre ambos trabajos: el gasto de energía inútil e inane, el cansancio físico y el emocional, la soledad y la secesión... el dolor.
Ciertamente, Alejandro está enfermo, sin embargo, basa su afirmación vital en asirse a la enfermedad apuntando a confundirse, o mejor, a fundirse en ella. When we have each other we have everything se nos aparece como un síntoma y a la vez como diagnóstico, el recorrido es la terapia automedicada y su huella el expediente. ¿Hay que hacer un deslinde ? ¿quién es la patología y qué es el enfermo?
Para comprender esta “nueva dialéctica” y esta “vieja enfermedad” nos podemos guiar con las prístinas palabras de Alfonso Reyes: “Hay una ficción de lo imaginado (polo de emancipación) y una ficción de lo realmente sucedido (polo de sujeción)”; si tenemos esto en cuenta, entonces las mareas nos ponen a los pies, entre espuma aún cálida, la botella: el texto está desfigurado por la humedad del mar y de las lágrimas, sin embargo, milagrosamente, es legible: 13 sílabas son suficientes para poner en acto la fragmentaria preceptiva amorosa de Barthres: “la historia de amor es el tributo que el enamorado debe pagar al mundo para reconciliarse con él”, tal reconciliación es el acto necesario para volver a liar las madejas de las dos ficciones.
Pero ¿por qué hablé de revancha para rematar mentando la reconciliación?, no pretendo caminar otra aporía (la aporia misma ya fue transitada de ida y vuelta y de regreso en bicicleta), pues bien, la revancha, necesariamente se mueve en el territorio de lo “realmente sucedido”, venturosamente, a este callejón sin salida se le opone por obra de la libido de la comunión,un paisaje virgen y fértil donde cada huella tiene el poder de transmutarse en camino: la “ficción de lo imaginado”. ¡Sí! la revancha es seguirte hablando aunque tu no me escuches, aunque estés lejos, aunque calles; mi reconciliación con el mundo –contigo, conmigo- es la constante e ineluctable reivindicación de mis fueros: - Siempre puedo repetir tu nombre, quieras o no-... entonces, donde habite el olvido, ahí estoy yo.

Alitter, septiembre 2008

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