lunes, 29 de septiembre de 2008

Julio Galán "Nací con Calentura"



Acostumbro acércame a las pinturas como si fueran personas: hay cuadros para conversar por horas, otros nada más sirven para hablar del clima, algunos se han vuelto mis mejores amigos, de otros hasta me he enamorado. Con la pintura de Julio Galán, estoy, irremediablemente, frente a un tipo ególatra, esto no es nada raro, cualquiera sabe que este tipo de caracteres son una plaga sempiterna... lo sorprendente es que su charla circular monotemática no me fastidia ni de lejos.
A golpe de vista, podemos decir, generalizando, que la obra de Galán es “fridesca” debido a la exhibición del propio cuerpo como escenario del dolor, que es neomexicanista porque se apropia de objetos, símbolos y conceptos de nuestra cultura popular integrándolos en su obra por medio de las tácticas del Pop, que es extremadamente gay porque... bueno, eso es evidente.
Esta primera impresión, a pesar de no estar totalmente errada, merece algunas reflexiones, pues detrás de esta aparente simplicidad se pueden ocultar muchas sorpresas.
Imaginemos a un niñito frágil, solo, jugando con sus muñecos, vistiéndolos, maquillándolos, enjoyándolos y, a veces, destruyéndolos; está solo porque su mamá vive muy ocupada evadiendo el dolor y la frustración de que Julio Senior no la quiere, y tampoco a sus hijos: lo demuestra a cada instante; el pequeño ve a su madre llorar, le teme al ogro macho y violento que es su padre (“en la infancia fui un anciano”) y se siente muy confundido y angustiado, ama más que a nadie a su mamá, pero la odia porque ella insiste en adorar al monstruo. Ahora, pensemos a este niño hecho un hombre, el adulto que ¡por fin! puede disfrutar la infancia; además, a la plétora de juguetes se han agregado telas, trementina, tubos de pintura y muchos objetos de anticuario.
Entre la infancia transcurrida en un pueblito de Coahuila y la frenética producción de Nueva York median los años de estudiante de arquitectura en Monterrey, las visitas a la Galería de Arte Actual, la separación de la familia, los primeros tiempos difíciles en la Gran Manzana y también el contacto creativo con Warhol, Basquiat, Francesco Clemente, etc., el estudio y la asimilación de las corrientes ochenteras y del surrealismo (especialmente de Magritte) y, finalmente, un éxito estrepitoso.
Es famosa la anécdota en la que Warhol no sabe que pintar y alguien le aconseja que pinte lo que más le guste (a esta buena idea le debemos los cuadros con signos de dólar); parece que a nuestro pintor le hubieran dicho lo mismo: el motivo de Julio Galán es Julio Galán, por esto su obra aparenta ser homoerótica, es, empero, narcisista, lo que le gusta es él mismo y se ama de la única manera que sabe hacerlo: con altas dosis de odio, angustia y frustración. Los autorretratos problematizan la escisión del autor con lo otro, su incapacidad para la comunicación afectiva, nuestro exitoso artista sigue siendo el mismo niño que jugaba solo, este solipsismo se expresa en la autocosificación (que le ayuda a tomar distancia) la cual tiene como motor al deseo de comunión con los otros, por eso, sus pinturas se nos presentan como enigma, enigma identitario que se bifurca en varias direcciones: la psicológica, la religiosa y la social.
Los cuadros del coahuilense caminan peligrosamente sobre la aporía, aspiran a expresar lo inexpresable (por eso recurre a la simbolización subjetiva), a fin de cuentas, lo que interesa a su obra es lo irracional. Esto es especialmente notorio pues Galán forma su repertorio de temas homogenizando cosas como la introspección psicológica, la experiencia onírica, la vida real, el dolor físico, los objetos de culto, los símbolos sociales y los temores y deseos subconscientes sin darnos una pauta evidente y categórica de diferenciación.
Por otro lado, aparece constantemente la sexualidad infantil como fuerza obscura y potencialmente destructiva, desde sus primeros cuadros vemos a muñecos y otros juguetes significando un estadio de inocencia idílica, cuasisalvaje y mágica, sin embargo, en los márgenes del cuadro se hace presente la inquietante sombra del monstruo. Ante la amenaza ininterrumpida, Galán hace altares-cuadros para conjurar el mal (que se manifiesta sensiblemente como dolor), en estos altares el artista ofrece su propia imagen como prenda por la salvación, es el hombre que tiene fe en el milagro; en este sentido religioso, su producción es “terapéutica”, aunque también lo es psicológicamente: Galán pinta como quien escribe un diario, en su senda aporética transita de ida y vuelta entre la metáfora y la literalidad; pinta para curarse y el ritual consiste en hacer de sus obras un sucedáneo de su cuerpo. Esta pista nos puede ayudar a comprender muchos aspectos físicos de sus piezas: así parece natural la intervención del lienzo pictórico por medio de agujeros, rasgaduras, mutilaciones, integración de objetos (telas, cinturones, joyas, etc.), pues lo que en la vida es imponderable, circunstancia que pone en entredicho la libertad del individuo, es transfigurado gracias al “accidente controlado” (“pasé cosas muy difíciles que nadie ha podido entender, ni yo mismo”); es así como el hombre lleno de pasiones y afecciones provenientes de un mundo que le resulta dolorosamente ajeno las devuelve filtradas por su personalidad, simbolizadas por medio de la intuición, sin embargo, el autor sabe (y nos lo recuerda) que lo que vemos es pintura, recurre ya a la ruptura de la ilusión onírica (“¿No te has dormido?”[1988]), Ya a la de la ilusión mimética (“Mis amigos secretos” [1992]), “Si puedes pero no debes” [1985]).
La exposición retrospectiva, a dos años de la muerte del artista, ya exhibida en el MARCO y el Museo Amparo es memorable por muchos motivos, en primer lugar porque, siendo de largo aliento, reúne las piezas clave, constituye un homenaje justo y una “rendición de cuentas”, abona mucho la comprensión de una corriente fundamental y no suficientemente estudiada del arte reciente: el Neomexicanismo, y, last but not least, nos recuerda que con la tendencia dominante de los neoconceptualismos convive otra más tradicional: la de la pintura como oficio y de la profundidad subjetiva como fin.
Pensando en ti se exhibe en el Museo de San Ildelfonso hasta el 26 de octubre.

(Artículo publicado en el mes de septiembre de 2008 en www.alitter.tv)