domingo, 27 de septiembre de 2009

El traje nuevo del rey. Spencer Tunick en el MUCA CU


Actualmente se exhibe en el MUCA CU el trabajo del fotógrafo estadounidense Spencer Tunick; hace poco más de un mes en el mismo lugar podía observarse la excelente exposición La Era de la Discrepancia; ante tales contrastes es imposible no reflexionar acerca de la escena contemporánea del arte.
Lo primero que queda claro es que después de Duchamp, Warhol y Beuys –por mencionar sólo a los más significativos- quedaron definitivamente fracturadas las fronteras entre arte y vida. Esto no es bueno ni malo en sí; sin embargo, paradójicamente, hoy la recepción de arte es todo menos democrática. Me explico: el objeto artístico, hasta las vanguardias, estaba normado por un conjunto de convenciones más o menos estables, éstas cumplieron la función de cimentar un “terreno seguro” para el espectador, quien podía disfrutar, aceptar o rechazar y comprender los objetos a los que se enfrentaba al entrar a un museo, todo esto sin la necesidad de ser un “entendido”; en aquel tiempo el arte cumplía una función comunicativa a gran escala. En contraste, hoy la mayoría de los espectadores salimos del museo presos de una perplejidad pasiva; esto se explica si pensamos que la caída de las viejas convenciones implicó una mutación en la factura material de las piezas artísticas y, en muchos casos – como el arte conceptual y los tardoconceptualismos-, condujo a una verdadera desmaterialización de la obra de arte, entonces, como el sentido de las obras está cada vez más apoyado en elementos intangibles el espectador tiene que poseer una gran cultura visual para poder “descifrar” la pieza. Sí, en la era de la comunicación masiva el arte es más que nunca un asunto de elites, no sólo en su producción, circulación, exhibición y comercialización, pues siempre ha sido así, sino también en su ¡interpretación!
Desgraciadamente, el desfase entre la abundacia de medios de exhibición y consumo y la escasez de producción artística de sentido –trabajo no sólo de los creadores, también de críticos, curadores, coleccionistas, etc.- deja un gran espacio para que los charlatanes hagan su agosto.
Es difícil para cualquiera que no haya estudiado arte y frecuente exposiciones distinguir las diferencias cualitativas en las series de Tunick y, por ejemplo, Hasta encontrar otra Schwalbe amarilla (1995) de Gabriel Orozco. A simple vista, ambas documentaciones fotográficas parecen mostrar motivos similares –motos, por un lado, cuerpos desnudos, por el otro- en diferentes contextos, entonces ¿cuál es la diferencia? La obra de Orozco es profundamente significativa, ofrece una interpretación plástica de la reunificación de las Alemanias, marca una estación importante en el itinerario intelectual del artista, crea una utopía plástica de la reconciliación y, además, es bella, mientras la de Tunick... Spencer Tunick hizo su primera foto de desnudo colectivo en NY en 1992 , este primer performance contenía algún grado de transgresión –se realizó de madrugada, a escondidas de la policía- y aportaba una interpretación significativa del espacio urbano. Resumiendo, en el primer performance, los cuerpos desnudos sí significaban.
Volvamos a mayo de 2007: el célebre artista, después de recorrer el mundo reuniendo cada vez más nudistas, más publicistas y publirrelacionistas y –last but not least- más patrocinadores, convoca, antecedido por una larga campaña publicitaria, a los ávidos habitantes de la ciudad de México quienes responden en masa, ansiosos de formar parte de una obra de arte. No voy a discutir si la obra de Tunick es o no arte, pero es claro que hay arte bueno y arte malo y no hay porque extrañarse de que el artista neuyorkino no haya tenido ninguna muestra individual en ningún museo o galería de primera línea –a pesar de que es más popular que Orozco-, ni los críticos, ni los curadores serios lo han tomado en cuenta. ¿Por qué?
Sus “instalaciones” lo único que logran comunicar efectivamente es el hecho de que un gesto, a fuerza de serializarse –aquí vale la pena recordar los accidentes y la silla eléctrica de Warhol- y de institucionalizarse, acaba vaciándose de significado. ¿Cómo la desnudez puede ser interpeladora y crítica en medio de aplauso ensordecedor de los medios, del cobijo del gobierno, del aval de las instituciones y del patrocinio de los coleccionistas? Es tan subversivo que te den permiso, en nombre del arte, de andar en pelotas en el Zócalo, claro, previo registro, cateo, memorización de una coreografía y, llegado el gran momento, tener el privilegio de seguir las órdenes provenientes de altavoces y bocinas ¡qué gesto libertario! Si, sólo por lo anterior, el performance es bastante irritante, falta sumar el elemento colonialista: ¿por qué el artista decidió sobre la marcha ordenar un saludo a la bandera ausente? ¿no le alcanzó para los 18,000 taparrabos de plumitas? y misógino: ¿por qué ordenó a los varones vestirse y dejó a las mujeres inermes ante el hostigamiento de la mirada masculina?.
¿Y qué decir de las fotografías? Cuerpos expoliados de su individualidad que no logran, como habría de esperarse, revelar otra belleza, abstracta, sino sólo poner en escena un Auschwitz en versión lípida...
En conclusión, hay arte bueno, arte malo y arte muy malo porque sólo confirma los estereotipos que, como sociedad, queremos dejar atrás, porque es un simulacro –en el sentido que le da Baudrillard- , porque aprovecha la buena fe de la gente para vender una ocurrencia vacua a precio de oro.
(Libido, dic. 2007)

2 comentarios:

LPLS dijo...

Tan cierto, tan cierto, desnudos todos en nombre de nada, yo por eso visto ropa y visto mi dignidad. Besos.

Chechula dijo...

... y Rebe y yo que teníamos ganas de ir, me acuerdo...

Pero sí, digamos que ser "diferente" hoy en día, vende, y muy bien