lunes, 15 de diciembre de 2008

Wall-paper Jeff Wall en el Museo Tamayo, otro fracaso de lo “políticamente correcto”



En el arte actual es casi un leit-motiv ver de todo menos lo que tradicionalmente se consideraba arte (objetos de delectación gracias a su factura peculiar y a sus cualidades estéticas), hoy parece más importante construir discursos sociales, antropológicos, económicos o etnográficos… La tendencia contemporanea apunta al “todo se vale”, todo menos la belleza, como afirma el crítico Danto: “El lugar de la belleza no está en la definición o, por emplear una expresión un tanto desacreditada, en la esencia del arte, de la que la vanguardia la ha eliminado, y con razón.” Así las cosas, creo que una buena parte del arte contemporaneo ha decidido cargar a cuestas la piedra de Sísifo, pues al expoliarse de los valores estéticos y poner en su lugar valores políticos o sociales o etnográficos se autocondena a la obsolescencia acelerada o, peor aún, se hace mórbidamente dependiente de un contexto exclusivo o todavía peor (es posible), subsidiario de un montaje o de una curaduría.
Recientemente, pudimos observar en el Museo Tamayo la primera exposición individual del prestigioso fotógrafo canadiense Jeff Wall (Vancouver, 1946). La muestra está formada por 16 fotografías en gran formato (aproximadamente 2 m. x 2 m.) de las cuales la mitad son en blanco y negro y la otra mitad en color montadas en cajas de luz. El montaje sólo abarca piezas producidas entre 2000 y 2007, por lo cual se echan de menos las imágenes más representativas del artista.
Wall descentra los límites entre fotografía documental y construida (que él llama “cinematográfica”) abriendo un espacio de ambigüedad para que el espectador lo complete; el problema con este juego es, a mi parecer, que está dirigido exclusivamente a fotógrafos o a especialistas pues, a pesar de que la supuesta objetividad testimonial de la fotografía sigue siendo un problema muy actual, la disyuntiva entre documental y construido no es nada clara para un espectador cualquiera (por lo menos en esta exposición).
La muestra curada por Tobias Ostrander, más allá de poner el acento en el quid de la obra de Wall que es la naturaleza y posibilidades de su medio (“En muchas de mis imágenes colaboro con las personas, preparo cosas; en ese sentido son lo que llamo cinematográficas, porque están hechas a la manera de las tomas fílmicas. Pero durante ese proceso muchos accidentes tienen lugar, muchos cambios suceden en el proceso de hacer esa película. Así que no existe una línea divisoria real, absoluta, clara entre lo que fue capturado y lo que fue ejecutado. Allí es donde está más ahora la fotografía, trabajando con la indefinibilidad de estos dos polos aparentes”), llama la atención del espectador en el sentido político o sociologizante: los paisajes del artista canadiense nos informan de una manera espectacular (en el sentido de los billboards) sobre la marginación económica y/o social en su tierra natal, precisamente por esto la exposición no funciona políticamente: las imágenes son totalmente rosas (y hasta mueven a la risa) si las comparamos con las escenas de pobreza, marginación y racismo que vemos a diario en la Ciudad de México ¡los miserables de Canadá viven como cualquier clasemediero de nuestro país! De hecho, se interpretan más cómodamente como wall-papers sociológicos y ya.
En este contexto mexicano, las fotografías que funcionan no son las de denuncia social, sino las que se concentran en aspectos estéticos, de hecho, en la placa más memorable (Overpass, 2001) debe sus potencias a que en ella la belleza se cuela por una rendija aparentemente secundaria (a primera vista parece ser otra foto sobre marginación y pobreza), la foto evoca las atmósferas de un Friedrich: el ser humano acoplado con el paisaje, amenazado en su finitud por cirros sensuales que anuncian tempestad con sus claroscuros, el cielo transformándose en crepúsculo anunciando destrucción, transfigurando a los transeuntes en un novísimo Adán desterrado por la flamígera espada de Uriel. Sin embargo, la actualización del mito por medio de la belleza proteíca, no parece ser la preocupación del artista (¿o del curador?), aquí la belleza se hace presente como accidente, como ruido blanco en el televisor de lo políticamente correcto y, como ruido que es, nos distrae de lo verdaderamente importante: unos pobres peatones que arrastran, como tantos artistas, su piedra de Sísifo.
(Alitter, octubre 2008)

2 comentarios:

Chechula dijo...

silvidonna, tenes razon...

donde esta lo bello?

LPLS dijo...

Me da un gusto enorme que al fin uses este blog. Te quiero. Ahora sí ya puedo leer los artículos que has publicado sin temor a que desaparezcan en 30 días, porque eso de que las letras caduquen, no le gusta a nadie.