lunes, 15 de diciembre de 2008

Germán Venegas, tequitqui moderno



Cabalgando el tigre, exposición del Museo de Arte Moderno que revisa el trabajo de Germán Venegas (Magdalena, Tlatlauquitepec, 1959) desde 1983 a la fecha es motivo de verdadera felicidad para quienes disfrutamos de la buena pintura. Por un lado un acto justo, pues los “neomexicanistas” y, en general, los artistas que alcanzaron la fama en los 80, son desdeñados e ignorados en los tiempos que corren –en este sentido son loables los esfuerzos ya de la curadora Sol Henaro, ya del equipo curatorial de la muestra La Era de las Discrepancias para rescatar del olvido al arte de ese periodo- por el otro, porque nos da la oportunidad de acompañar a Venegas por 25 años de desarrollos creativos y de problematización de su arte.
Es “arte” una palabra que, aplicada a la obra del poblano, recupera connotaciones de un pasado remoto: arte (téchne) es un “saber hacer”, para los griegos implicaba la pericia para cualquier utilidad práctica, es decir, una sofía: Venegas conjuga en sí al artesano y al artista (en el sentido que le damos los modernos), por una parte, formado en la tradición familiar de la talla en madera y por la otra como pintor.
Su obra va y viene desde los límites con lo artesanal hasta la más acabada “gran pintura” y tiene como hilos conductores la problematización de su oficio, la búsqueda de respuestas estéticas a los problemas de todos los días y una calidad técnico-conceptual sobrealiente.
El creador poblano logra una feliz conjunción entre la factura propia del artesano y las más diversas influencias y apropiaciones creativas (el neoexpresionismo alemán, la transvanguardia italiana, el pop, el fauvismo, Posada, Orozco, Goya…); conceptualmente, su fuentes no son menos múltiples: la santería, el budismo, lo prehispánico, la alegoría clásica. Por lo anterior se agradece el ordenamiento de la muestra en nucleos conceptual-temporales: El neoexpresionismo y la figuración neomexicanista, La lección de los clásicos, El budismo y lo prehispánico, Paisajes y desnudos de mujeres y La parodia postmoderna: el violín y la flauta.
Tomando en cuenta la heterogenidad tanto de sus fuentes como de sus estilos, me parece justo caracterizarlo como un “tequitqui moderno”, pues de la misma manera que los maestros Santa María Tonanzintla o de Huejotizingo, asimila la tendencia conceptual y de factura venida del exterior y la re-crea imponiendo en sus formas su propia tradición e idiosincracia. Más aún, me parece que la elección de Venegas de composiciones esculturopictóricas es un genuino y consiente desarrollo del centenario y muy mexicano-español arte del retablo. Al arte religioso lo liga no solamente lo anteriormente expuesto, sino también la afirmación en el mito, la fábula y la fiesta como máscaras tangibles de una objetivación espiritual que tiende a la conciliación entre las leyes del mundo exterior y del interior. Germán Venegas se lanza como un improbable Faetón, sobre un carro grávido de imaginación sensual, a permutar los órdenes convencionales, a trasponer los reinos de Apolo y Ares… hasta ahora, no ha caído.
El trabajo de Venegas entusiasma porque es una afortunada puesta en escena de un “yo” en intensa y viva conexión con la totalidad de su mundo, psíquico,social y natural (“Mi preocupación es la vida cotidiana, las contrariedades de este mundo, la ansiedades por los problemas, el dolor, encontrarse con él. Mi máxima es motivar a la gente cuando vea una obra mía. Hacerle saber que por medio del arte se puede llegar a las profundidades del interior humano”). Vemos desfilar en el “teatro” del artista ya bestias primigenias, ya cuerpos descarnados, ya Afroditas, ya a ascetas, e intuimos con claridad meridiana que tales escenas sólo pueden tomar cuerpo en nuestra interioridad… es así como la poética de Venegas se torna altamente exigente, para comprenderlo y disfrutarlo hay que estar dispuesto al rapto.
(Alitter, noviembre 2009)

No hay comentarios: