sábado, 13 de diciembre de 2008

Ubicuo París…


Para José Manuel

Hace algunos días se exhibió en el Museo Tamayo y en las boutiques Louis Vuitton la obra del fotógrafo francés Jean Larivière, quien es uno de los imaginadores más reputados del mundo de la moda (Cartier, Charles Jourdan, Van Cleef, Lanvin, Pommery, etc.), constructor de ambientes ilusorios que recuerdan bastante a las imágenes del surrealismo y, aunque no sea tan evidente, retoma la tradición del París decadentista y autocomplaciente de pintores como Gustave Moreau.
La exposición muestra por primera vez en México, L'OEuvre, obra selecta que Larivière ha desarrollado durante más de veinte años –a partir de 1978– para Louis Vuitton.
Desde mediados del siglo XIX, el monograma LV marca el prestigio y el refinamiento del viajero en las estaciones de tren y puertos de todo el mundo, un mundo que en aquél momento, gracias a los cambios económicos y tecnológicos, se convirtió en un verdadero lugar de tránsito, entonces, la maleta del monograma y las flores reflejó el estilo del nuevo orden capitalista y manifestó la autoconfianza de una clase pudiente y sofisticada.
Las fotografías de Larivière continúan deliberadamente con esta tradición de la marca, y la ponen al día respecto a su nueva situación: hoy el imprescindible bolso café va acompañado de accesorios, zapatos y toda una línea de moda –desde sillas de montar hasta paraguas– y de prêt-à-porter comandada por Marc Jacobs, en estos momentos es posible afirmar, y las imágenes de Larivière lo confirman, que existe un "mundo Louis Vuitton".
Las placas del fotógrafo son una clara expresión del deseo moderno de aventura, esta apertura al mundo implica una transformación y redefinición de los lugares que, antes que nada, son los lugares de todas las fantasías; dentro de éstas, lo exótico como sinómino de suntuosidad – en gran parte, gracias a varios pintores franceses– es magistralmente aprovechado por el artista, cuyo más claro antecedente es la Veruschka de Franco Rubartelli (1968 para YSL); sin embargo, frente a la propuesta concentrada en la modelo-diosa del italiano, el francés opone una visión más paisajística de la cual extrae su potencia simbólica. Los paisajes de Patagonia o Rajasthán ya no están en las antípodas de París, sino en la mente del fotógrafo, que emprende estos largos viajes sólo para localizar lo que ya llevaba consigo, la maleta de Larivière contiene a inaccesibles diosas, suave voluptuosidad, finísimas telas, cromatismos de ensueño y el acervo de los mitos y fantasías de Occidente, en ella no caben relojes ni calendarios ni nada que recuerde la vulgaridad cotidiana.
El artista vacía las imágenes de su contenido originario para llenarlas del mundo LV: lujo, ostentación, elegancia… éxito, y, para operar esta transmutación, las hace más bellas.
Un elocuente ejemplo de lo anterior es La cámara de las pieles (ca 1984), en donde el fotógrafo parece deshojar Las mil y una noches para insertar un nuevo cuento, que a pesar de contarse en un sitio llamado Asnières, en realidad sucede en la conceptualmente ubicua esquina de Champs Elysées y George V.
Larivière es un niño que siempre carga sus juguetes, que imagina historias llenas de teatralidad e inocente sensualidad, que nos arrulla contando sueños habitados de seres mágicos y princesas encantadas, un niño, en fin, que no acepta el divorcio entre la fantasía y la realidad.
(Libido, Julio-Agosto 2007)

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